- ¿Cómo llevamos lo del safari?– le preguntó el
Monarca a su Secretario-- ¿Sigue en pie la invitación del Jeque?
El monarca, desde muy joven, era aficionado a la
caza y a las armas de fuego. Afición que ya le costó un disgusto y pronto le
iba a causar otro. Con 18 años mató a su hermano de 15 con disparo de pistola. Dicen
que jugando, que fue accidental. Tuvo suerte. Un espeso manto de silencio
cubrió el suceso. En esta historia que hoy os cuento, no fue tan afortunado.
El asunto era atractivo: un Jeque árabe le había
invitado a un Safari en África para cazar elefantes. El no va más de un
cazador.
- No se preocupe, Majestad, la invitación sigue en
pie.
- ¿Y va a venir la gente que organiza la cacería?
Cuando el monarca preguntaba por “la gente” estaba
pensando en la gerente de la empresa de safaris, una atractiva rubia.
Y es que, junto con la afición a la caza, el Rey
era aficionado también a las mujeres, algo tradicional en la dinastía.
Iban a ser unas vacaciones redondas, abatir elefantes
por la mañana y “tumbar” –si se me permite la expresión- mujeres por la noche.
Aunque trataba de ocultarlo a su secretario,
estaba nervioso, expectante.
- Confirma que sea un hotel discreto y que no haya
prensa –dijo el monarca.
- Sólo hay un hotel en el complejo, Majestad. En
cuanto a lo de la prensa, yo me ocupo de que la noticia no trascienda.
Lo que aconsejaba discreción eran las
repercusiones políticas del asunto si sus súbditos, que sufrían los efectos de
la crisis económica, se enteraban de que, mientras ellos no tenían para comer,
su Soberano se iba a cazar un animal en peligro de extinción, acompañado de su
amante. Algo políticamente muy poco correcto.
Los preparativos siguieron adelante.
El rey viajó, con un corto séquito, y en su avión
privado, a un pequeño país africano.
Todo iba de perlas. El primer día ya consiguieron
abatir un elefante.
Pero el segundo día, el Rey, seguramente
debilitado por el calor africano, y una noche de excesos, impropios de su edad,
al bajar a cenar, tropezó en un escalón, cayó al suelo y ¡ay! sintió un dolor
intenso en una pierna.
Lo llevaron a su habitación y vino el médico del
poblado.
- Esto no tiene buena pinta –sentenció—creo que se
ha roto el fémur.
Conscientes de que en el pequeño país africano no
había medios para reducir semejante fractura, sus ayudantes convinieron:
- Hay que llevarlo de vuelta a casa para que lo
operen en una clínica especializada –dijo uno de ellos—
- Pero, entonces se va a enterar todo el mundo
–añadió otro- imagínate el escándalo.
- No hay otra opción, la salud de Su Majestad es
lo primero.
A la llegada a la patria, la noticia corrió como
la pólvora: su majestad se había roto una pierna cazando elefantes y, además,
iba con su amante, ¡el muy cabrón!
El Rey fue operado y, a la salida de la clínica, apoyado
en sus muletas, se disculpó débilmente:
- Lo siento, me he equivocado y no volverá a
ocurrir.
Algún asesor, le habría aconsejado que, ante la
situación, lo mejor era reconocer los hechos.
Pero nadie pudo parar el escándalo y, tal fue
éste, que el monarca tuvo que abdicar.
Y es que, por
un mal paso, se pierde un reino.