miércoles, 11 de mayo de 2016

Música en el tren

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El programa de hoy es atractivo: Un Requiem Alemán de Johann Brahms.
El espectador llega al teatro con anticipación, el público pulula por los pasillos y el bar.  Me encuentro con mi amigo Rafael
- No te ví en el Requiem de Mozart el otro día, pensé que debías estar por aquí.
Los habituales de la sala de conciertos nos conocemos tanto que ya sabemos nuestras preferencias.
Suena el primer aviso: una versión del concierto para violín de Beethoven en versión sintetizador.
- Pues sí que vine, el coro era bueno ¿verdad? Lástima que el Director, en un totum revolutum intolerable, enlazara el aria de Pamina, el Requiem y el Ave Verum. Creo que es una ofensa a los oyentes.  Es como si te sirven primero segundo y postre todo en el mismo plato. Hay que dejar tiempo para que la gente aplauda y, así, hacer una pausa para empezar con la siguiente pieza.
Me encamino a la Sala.
Esta de hoy, Un Requiem Alemán, es una obra que lleva coro. La voz humana es el mejor de los instrumentos --pienso mientras me dirijo a mi asiento.
Salen los músicos y la gente aplaude tímidamente. Esto es algo que nunca he entendido, pero ¡si todavía no han hecho nada! La timidez consiste en que el aplauso es breve y poco entusiasta. Como es breve, reciben aplauso los primeros músicos pero no los últimos, los violines pero no las violas. Absurdo.
Me acomodo en la butaca. Los músicos afinan sus instrumentos en la mayor.
Sale el Director y los músicos, todos de negro, se ponen de pié y aquel saluda con una reverencia. Entonces el aplauso sube de tono, desde luego aquí está más justificado.
El Director gira 180º sobre sus talones y se dirige a la Orquesta. Unos segundos de concentración por su parte – y por la mía.
Los músicos han traído las cajas de sus instrumentos, como si fueran de viaje.
Suena la música, entra el coro:
1. Selig sind, die da Leid tragen...
Cierro los ojos, y las paredes de la Sala desaparecen, los abro brevemente y me encuentro en una estación de ferrocarril, los músicos están abordando el tren con los instrumentos en sus cajas. Pero la música sigue sonando.  El coro continúa:
2. Denn alles Fleisch ist wie Gras...
El tren arranca. Siento que tengo que cogerlo porque, si no, me perderé el concierto. Corro y, cuando estoy cerca, todavía avanza despacio. Chuf..Chuf, el vapor sale de la máquina. Corro cada vez más para atrapar el último vagón, no sé si lo lograré. Pero he pagado la entrada y no estoy dispuesto a quedarme sin concierto.
Finalmente, en un último sprint, consigo agarrarme a la barra del último vagón y pegar un salto al estribo. Lo he logrado
Me siento en el último asiento y me abandono a mis sentidos. La música sigue sonando aunque los instrumentos en el tren, siguen en sus cajas. Los del coro tienen la boca cerrada.
Pero ahora ya no persigo a la música, me dejo llevar por ella.
Termina el concierto, el coro canta:
denn ihre Werke folgen ihnen nach
Ahora, abro los ojos y me encuentro a mi amigo Rafael
- ¿Que te ha parecido? Yo creo que las contraltos entraron antes de tiempo en el primer movimiento, ¿no?
Supongo que él también consiguió atrapar el tren.



Se oye una explosión seca

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John Bartleby había soñado con esas vacaciones toda su vida. El sol del mediterráneo, un país exótico, en suma, unas vacaciones lujosas, y a precios increíblemente baratos.
Pero su esposa no las tenía todas consigo
¿Será potable el agua?
¿Habrá insectos en la cama?
También desconfiaba del precio.
¿Porqué será tan barato? ¿Será seguro?
Pero todas sus reservas mentales se disiparon cuando llegaron al Hotel a pie de playa. Era magnífico. Todo nuevo, recién estrenado. Una zona de la playa acotada para los huéspedes, un mar azul y un agua cálida.
La Sra. Bartleby se relajó en su hamaca playera mientras saboreaba una piña colada muy fría.
- John ¿no te parece que el sitio es magnífico?
- Sí, querida y, además, barato.
- Eres un materialista ¿Qué importa el precio ahora?
La última palabra –ahora- quedó apagada por una explosión seca.
Los turistas se levantaron de sus hamacas. Todos menos John Bartleby. Pensó que lo mejor, ante lo inesperado de la detonación, era pasar desapercibido.
Hundido en su hamaca, John vio como un hombre armado y en uniforme militar avanzaba por la arena provisto de un kalashnikov.
También vió como los turistas que estaban a su alrededor salieron huyendo en dirección al Hotel.
- ¡Vámonos, John, vámonos! – dijo su esposa--.
Pero John no se movió.
El terrorista, que seguía entretanto avanzando por la playa efectuó un disparo en ráfaga a los turistas que huían torpemente por la arena, tropezando y cayendo. Diez fueron abatidos por las balas. Una auténtica masacre. Entre ellos la esposa de Bartleby que, finalmente había dejado sólo a su marido.
La táctica de la inmovilidad surtió efecto El terrorista no se fijó que había un hombre inmóvil en una hamaca, un blanco fácil.
La inmovilidad ante una amenaza de muerte no es rara en el mundo animal. Cuando se enfrentan a una muerte cercana, algunos patos se hacen los muertos. Es lo que se llama inmovilidad tónica, o tanatosis, que según los científicos es un mecanismo de defensa. No les funciona muy bien, sin embargo, a los patos, porque suelen acabar en nuestro plato de todas maneras.

A Bartleby, sin embargo, le funcionó estupendamente.

Por un mal paso se piertde un reino

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- ¿Cómo llevamos lo del safari?– le preguntó el Monarca a su Secretario-- ¿Sigue en pie la invitación del Jeque?
El monarca, desde muy joven, era aficionado a la caza y a las armas de fuego. Afición que ya le costó un disgusto y pronto le iba a causar otro. Con 18 años mató a su hermano de 15 con disparo de pistola. Dicen que jugando, que fue accidental. Tuvo suerte. Un espeso manto de silencio cubrió el suceso. En esta historia que hoy os cuento, no fue tan afortunado.
El asunto era atractivo: un Jeque árabe le había invitado a un Safari en África para cazar elefantes. El no va más de un cazador.
- No se preocupe, Majestad, la invitación sigue en pie.
- ¿Y va a venir la gente que organiza la cacería?
Cuando el monarca preguntaba por “la gente” estaba pensando en la gerente de la empresa de safaris, una atractiva rubia.
Y es que, junto con la afición a la caza, el Rey era aficionado también a las mujeres, algo tradicional en la dinastía.
Iban a ser unas vacaciones redondas, abatir elefantes por la mañana y “tumbar” –si se me permite la expresión- mujeres por la noche.
Aunque trataba de ocultarlo a su secretario, estaba nervioso, expectante.
- Confirma que sea un hotel discreto y que no haya prensa –dijo el monarca.
- Sólo hay un hotel en el complejo, Majestad. En cuanto a lo de la prensa, yo me ocupo de que la noticia no trascienda.
Lo que aconsejaba discreción eran las repercusiones políticas del asunto si sus súbditos, que sufrían los efectos de la crisis económica, se enteraban de que, mientras ellos no tenían para comer, su Soberano se iba a cazar un animal en peligro de extinción, acompañado de su amante. Algo políticamente muy poco correcto.
Los preparativos siguieron adelante.
El rey viajó, con un corto séquito, y en su avión privado, a un pequeño país africano.
Todo iba de perlas. El primer día ya consiguieron abatir un elefante.
Pero el segundo día, el Rey, seguramente debilitado por el calor africano, y una noche de excesos, impropios de su edad, al bajar a cenar, tropezó en un escalón, cayó al suelo y ¡ay! sintió un dolor intenso en una pierna.
Lo llevaron a su habitación y vino el médico del poblado.
- Esto no tiene buena pinta –sentenció—creo que se ha roto el fémur.
Conscientes de que en el pequeño país africano no había medios para reducir semejante fractura, sus ayudantes convinieron:
- Hay que llevarlo de vuelta a casa para que lo operen en una clínica especializada –dijo uno de ellos—
- Pero, entonces se va a enterar todo el mundo –añadió otro- imagínate el escándalo.
- No hay otra opción, la salud de Su Majestad es lo primero.
A la llegada a la patria, la noticia corrió como la pólvora: su majestad se había roto una pierna cazando elefantes y, además, iba con su amante, ¡el muy cabrón!
El Rey fue operado y, a la salida de la clínica, apoyado en sus muletas, se disculpó débilmente:
- Lo siento, me he equivocado y no volverá a ocurrir.
Algún asesor, le habría aconsejado que, ante la situación, lo mejor era reconocer los hechos.
Pero nadie pudo parar el escándalo y, tal fue éste, que el monarca tuvo que abdicar.

Y es que, por un mal paso, se pierde un reino.

Refugiados


La persona encargada puso 152 personas en un bote. Cuando lo vimos, muchos quisimos regresar, pero nos dijo que no nos devolvería el dinero. La parte baja y la cubierta se llenaron de personas. Las olas comenzaron a meterse, por lo que nos dijeron que tiráramos nuestras maletas por la borda. En el mar golpeamos una piedra y nos empezamos a hundir. La parte baja se llenó de agua. Estaba muy apretado como para moverse y todos empezamos a gritar. Mis hijos Salman, de seis años, y Coral, de cuatro se encontraban a mi lado. Fuimos los últimos en salir.

Estaba muy oscuro y no podíamos ver nada. Las olas eran muy altas. No veía a mis hijos y empecé a llamarlos a gritos

- !Salmán, Coral!

Pero todos gritaban al mismo tiempo y seguramente no me oyeron. Dios mío, pensé, Coral no sabe nadar.

Llevaba toda la ropa y los zapatos puestos. El chaleco salvavidas, de fabricación china, era más bien un estorbo. La angustia me embargaba:

- !Salmán, Coral! –grité de nuevo

De pronto, reconocí su voz, era Coral. Me dirigí al lugar de donde parecía venir el grito y, bendito sea Dios, la encontré, aterrorizada, medio hundida.

– No te preocupes, mamá está aquí-- y la cogí de la mano.
Con ello pareció calmarse. Ahora yo nadaba con dificultad, con una sola mano.
Entonces noté que alguien me tocaba la espalda: ¡era Salman! Muy cansado, con el rostro desencajado.
Se agarró de mi mano libre. Ahora tenía mis dos manos atadas a las manos de mis hijos. ¡No podía nadar!
¡Íbamos a ahogarnos los tres!
La barca de salvamento era probablemente aquel punto de luz que cabeceaba en la oscuridad del mar. Pero estaba muy lejos.
Yo no podía más, tenía que soltar a uno de mis hijos. Pero ¿a quien soltar?
Tenía que tomar una decisión terrible, urgentemente.
Pensé que el chico se defendería mejor sólo.
No sin dificultad solté su mano. Me agarró del chaleco: ¡nos hundíamos! Le pegué un codazo en la cara y conseguí verme libre de su abrazo de angustia.
No quise mirar atrás. Ya no se oía su voz.
Finalmente, al cabo de una hora llega la lancha de salvamento. Todos nadamos hacia ella. Coral y yo !estábamos vivas!
Miré a Coral, tenía la cara amoratada, los labios hinchados y respiraba débilmente. Pero estaba viva.
- ¡La niña primero, la niña primero- grité.
Nadie me hacía caso.
Fuimos las últimas en embarcar.
A mí me ayudó un marinero, a mi hija otro, que se la dio a un tercero. La busqué a ella y a Salman por todo el barco, pero estaba abarrotado y no podía moverme,
De pronto, alguien me toca en el hombro, era un hombre con un chaleco blanco y una cruz roja pintada en medio. Hace un gesto de asentimiento con la cabeza, como diciendo, sígame, y me introduce en una tienda de lona pintada con la misma cruz que él llevaba en el pecho. Aparta un trozo de lona y me enseña un pequeño bulto envuelto en una manta térmica. Y me dice:

--Su hija acaba de morir de agotamiento.

De su hijo no sabemos nada.





Juan Carlos el entomólogo

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Juan Carlos era entomólogo, es decir, experto en insectos. Su vida cambió el día que le picó una abeja. Sintió un dolor tan intenso que se propuso investigar el asunto.
Querido lector, no sé si sabes que la abeja (apis melífera) es uno de los insectos con picadura más dolorosa.
Literalmente es una picadura suicida porque el aguijón se queda dentro de la piel y la abeja se desgarra y muere.
El objeto de su investigación, lo que a él le interesaba saber era: ¿duele la picadura en unos sitios más que en otros?
Por ejemplo ¿Si te pica en el pene, duele más que si te pica en el culo?
Es de la clase de experimento que, primero, te hace reir y, luego, te hace pensar.
Por eso le han dado el premio igNobel (que se pronuncia parecido a innoble, "que se caracteriza por la vileza, bajeza o mezquindad").
Y quién mejor que el propio investigador para someterse al experimento. Éste se sometió a sesiones de 5 picaduras diarias en sitios tales como el tallo del pene y el escroto.
Se tomó un sujeto (el investigador) y se seleccionaron 25 lugares de su cuerpo, tomando la hipótesis que la picadura en el antebrazo representaba la media de dolor.
El científico se autoadministró 5 picaduras diarias siendo la primera y la quinta en el antebrazo.
El autor graduaba el dolor en una escala del 1 al 10 relativa a la media de 5 (el antebrazo). Menor número denota menor dolor y mayor número mayor dolor.
El lugar de los picotazos se determinaba aleatoriamente por un programa informático.
Algunos picotazos requerían el uso de un espejo y una postura erecta, por ejemplo, en el caso del culo.
Las abejas se seleccionaban de las guardianas de la colmena, que se supone son las más agresivas.
La abeja se cogía con unas pinzas y mantenía en el lugar elegido hasta que se sentía el picotazo y se mantenía ahí durante 5 '' para asegurarse de que penetraba la piel. Entonces se retiraba la abeja, dejando el aguijón dentro durante 1', al cabo del cual se extraía con un forceps.
Los tres lugares más dolorosos resultaron ser las ventanas de la nariz, el labio superior y el tallo del pene (con índices de 9, 8, 7 respectivamente). Los menos, el cráneo, la punta del dedo medio del pie y el brazo (2,3).
El grosor de la piel es importante porque la piel es más fina en los genitales, seguido de la cara.
Las picaduras en las ventanas de la nariz fueron especialmente violentas provocando estornudos, lágrimas y muchos mocos.
El autor fue picado durante 38 días entre el 20/8/2012 y el 26/9/2012: 190 veces (mas 450 veces durante el período de habituación).
A partir del premio IgNobel, su vida cambió. Lo solicitaban para que asistiera a conferencias. Lo requerían para que investigara otros insectos, cuya picadura causa también intenso dolor como con  la hormiga – bala y la tarantula - halcón.
Ahora era ya un hombre famoso.





Mismo acontecimiento, diferentes puntos de vista


Paula tenía doce años. Un día en la cena familiar dice, con cierto dramatismo:
   
     Papá necesito un teléfono móvil.
-        ¿Para qué?
-        Pues para estar conectada con mis amigas, todas lo tienen ¿No querrás que sea la única que no lo tenga? Es ridículo.
Paula estaba harta de los comentarios de sus amigas:
-        Jo, tía, que padre más tacaño, el mío me lo compró enseguida.
El padre no veía clara la justificación económica:
-        Eso cuesta dinero ¿cómo lo piensas pagar?
-        Bueno, me lo deduces de mi paga semanal
-        ¿Y si gastas más que tu paga?
La paga semanal de Paula eran 10 €, algo insuficiente para pagar la factura del teléfono.
-        Pues me lo deduces de la siguiente
-        ¿Y quien te compra el Terminal?
-        Lo pagaré con la factura mensual
-        ¿Y ahora que no tienes teléfono cómo conectas con tus amigas?
-        Nos vemos en clase, pero es un rollo no poderse conectar por whatsapp. Además ¿Cómo me conecto al tuenti?
-        Pues en mis tiempos no teníamos teléfono móvil, nos comunicábamos por el fijo y no nos ha pasado nada, mira, aquí estamos. Tus abuelos no tenían ni siquiera teléfono ¿Y cómo les fue? Pues estupendamente.
-        Jo, Papá, estamos en otros tiempos ¿no lo entiendes?
El padre no comprendía como el teléfono era algo tan importante; consideraba que los jóvenes tienen una dependencia obsesiva y enfermiza de las pantallas que está orillando las relaciones personales
La niña no comprendía cómo, de todas sus amigas, ella era la única que no tenía móvil. Consideraba la situación totalmente injusta. Es más, consideraba que sus padres querían humillarla a propósito. No entendía tanta maldad. Eran unos padres anticuados. No comprendía porqué, por usar el móvil se tienen que resentir las relaciones personales.
Y esto me recuerda un letrero que ví un día en un Bar, decía: “No tenemos guifi, hablen entre ustedes”.



Niños de la calle


En la central de Proniño en Río de Janeiro cunde la alarma. Iván ha desaparecido.
- Hay que buscarlo ¿Os acordáis dónde fue la vez anterior? –pregunta uno de los cuidadores.
- Estará donde esté Irma, siempre va a tras ella –dijo otro.
- Vamos a buscar entonces en los semáforos de la Avenida Libertadores
La expedición de búsqueda, compuesta por tres cuidadores, monta en un jeep y se pone en marcha.
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Habían estado todo el día en el semáforo limpiando parabrisas. El trabajo es desagradecido, muchos conductores no dejan nada. Además es peligroso, cuando se abre el semáforo los conductores no reparan en que pueden atropellar a un niño de la calle. Algunos han muerto así, bajo las ruedas de un vehículo, apretando la esponja en la mano inerte, chorreando jabón en el asfalto, en medio de un charco de sangre.
Cuando ya han conseguido unos pocos centavos, se hacen una señal y unos cuantos se van a casa del zapatero.
Uno de ellos es Iván que va acompañado de Irma.
Los niños apenas si habían comido un mango podrido que encontraron por la mañana en un basurero.
La madre de Iván se volvió a casar y su padrastro apaleaba al chiquillo. Lejos de protegerlo, se ponía de parte de su nuevo marido. Harto de castigos, Iván huyó a la calle.
Irma, en cambio, fue abandonada al nacer en la puerta del Juez de Paz.
Ahora eran amigos. Iván ha tenido que proteger a Irma en numerosas ocasiones de las agresiones de los otros chicos. Muchas veces compartían el mismo cartón para dormir.
Pero hoy no van hoy al zapatero a reparar sus zapatos, porque van descalzos. Van a comprar la cola. Y la cola no es para hacer trabajos manuales en la escuela, porque estos niños no van a la escuela. Lo que ellos buscan es el tolueno.
El tolueno es el disolvente usado en la cola. Lo meten en bolsas de plástico y aspiran sus vapores.
Los niños lo usan para olvidarse de esa vida de miseria y porque dicen que calma los espasmos del hambre.
Seguramente, querido lector, tú no sabes lo que es eso. Porque tú nunca has pasado verdadera hambre.
A ti no te cabe en la cabeza que se pueda abandonar a un niño, pero hay millones de ellos en todo el mundo que hacen de la calle su hogar. Las razones son complejas: pobreza, desintegración familiar, abuso y abandono.
El tolueno es una potente droga muy adictiva que, a largo plazo, destruye el cerebro.
Cuando los niños están aspirando la droga debajo de un puente, llegan los cuidadores. No huyen, están ya bajo los efectos del narcótico.
- Vamos Iván. ¿Otra vez te has escapado? Así no vamos a hacer nada bueno de ti. Hala vente con nosotros
Iván les sigue dócilmente y se monta en el Jeep.
A un nuevo ingreso en la Residencia de Proniño seguirá una nueva huída.
¿Qué será hoy de Iván e Irma?



Duplicaciones discriminatorias

  La Constitución venezolana   duplica cientos de términos: “Toda persona detenida tiene derecho a comunicarse de inmediato con sus familiar...