lunes, 29 de septiembre de 2008

Educación


Siempre me ha llamado la atención que a los jóvenes se les eduque más para la dependencia que para la independencia. Si nos educan para la dependencia, nos han sujetado de tal modo al ronzal que ya nunca sabemos andar libres. Nos movemos sólo por obediencia, cautivos de la autoridad de los otros. Nunca dejamos de estar bajo tutela. Ciertamente nos volvemos serviles y cobardes porque no nos dejan libertad para hacer nada por nosotros mismos (tomado prestado de Montaigne). Con este tipo de educación creamos buenos y obedientes funcionarios, pero no hombres libres, que piensen por sí mismos.

Pero ¿Porqué nos educan para la dependencia?

Para mí, es cuestión de estructuras de poder.

En primer lugar, la familia patriarcal que consagra la autoridad de los padres sobre los hijos como método de dominación. Es cierto que la convivencia en el seno de la organización familiar debe contener unas reglas mínimas de convivencia, para que pueda funcionar. Pero esto se exacerbado, para permitir que los padres ostenten una especie de “propiedad” sobre los hijos y, en cierto modo, los “esclavicen”. A los padres no les interesa que los hijos sean libres sino que “obedezcan” para poderlos gobernar fácilmente. Se crea así una relación de dependencia, en la que los padres retienen el poder.

En segundo lugar, está el tema religioso. A los clérigos les interesa poco que los jóvenes piensen por sí mismos. Más bien les interesa todo lo contrario. Me dan escalofríos los métodos que usan las escuelas religiosas para que los niños aprendan el libro sagrado. De memoria, dando cabezazos de modo repetitivo (lo he visto en budistas, musulmanes y judíos). Saber de memoria no es saber. Saber es ejercitar la capacidad de discernimiento ¿Qué capacidad de discernimiento puede adquirir un niño sometido a esos métodos brutales? Evidentemente, el que los jóvenes tengan capacidad de pensamiento crítico es un peligro para las religiones, que se nutren de dogmas indemostrables. El creyente se convierte así en esclavo del poder eclesiástico que hace de mediador entre Dios y el hombre e interpreta su voluntad. La fe es una cosa inexplicable, hijo, no pienses.

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