TERTULIANOS Y PAVOS
¿En qué se parecen los
tertulianos de la TV a los pavos? Pues en que ambos, cuando están juntos, parecen
en armonía pero, cuando se sienten protegidos por una barrera, física o
virtual, se agreden con encono.
Recuerdo que mi amigo José
Luis tenía un gallinero con pavos y gallinas delimitado con una tela metálica,
de esas que consisten en rombos de alambre. Por cada rombo cabía, más o menos, la
cabeza de un pavo. A nosotros, chavales de 13 años, nos gustaba divertirnos
poniendo a los pavos a pelear. Para ello no había más que sacar un pavo del
corral, poniéndolo “fuera” de la tela metálica el cual, sintiéndose seguro,
agredía sin piedad a los de “dentro”. Y viceversa. Es como si el torero se
envalentonara citando al toro desde el burladero.
Los pavos se picaban sin
piedad tirándose del “moco” y nosotros, crueles adolescentes,
disfrutábamos del espectáculo.
El mismo experimento parece
que hacen los directivos de la TV con los tertulianos. En primer lugar, los
eligen conflictivos, y después los colocan en el estudio de forma que están
físicamente enfrentados, en una suerte de “gallinero virtual”. El resultado es
un espectáculo en el que el espectador disfruta al ver con qué saña se tiran
del “moco”. Una especie de circo de gladiadores del siglo XXI.
Si, en lugar de esto, hicieran
tertulias a base de catedráticos de Ciencias Políticas, en una mesa redonda, el
asunto no tendría ningún interés y, por tanto, nula audiencia.
¿Pero, por qué se pelean con tanto
encono?
A mi juicio surge el
fenómeno de la burbuja propia, en la que nos sentimos protegidos, como un
automovilista dentro de su automóvil, donde se ha comprobado que la agresividad
aumenta y honestos padres de familia se convierten en vociferantes energúmenos.
Es una especie de “efecto Lucifer” que nos muestra lo que somos capaces de hacer cuando nos vemos envueltos en una dinámica social. En cierto sentido, es una especie de telerrealidad en donde vemos a gente común convirtiéndose en algo inquietante.
En semejante clima es
difícil razonar con sensatez. Las falacias abundan, siendo la más frecuente el
recurso al “y tu también”, que se emplea para rechazar un argumento del
proponente, acusándole de hacer lo mismo que condena. Por ejemplo, “el Partido
tal no tiene autoridad moral para hablar de esta cuestión, porque mira
lo que hicieron cuando…”
Pocas conclusiones cabe sacar de un enfrentamiento semejante. Al final, es como la mierda del pavo que ni sabe ni huele.