viernes, 23 de diciembre de 2011

Los juguetes de mi infancia



Pertenezco a la generación de la Postguerra. Duros años aquellos. La Gran Depresión de 1929, el período revolucionario de la Segunda República y tres años de Guerra Civil dejaron al país destrozado: campos baldíos, infraestructuras rotas. En aquellos tiempos de cartilla de racionamiento, nosotros, los niños, construíamos nuestros propios juguetes: arcos y flechas, cerbatanas para tirar con huesos de almencina[1], tambores de hojalata, cabañas en tierra y en los árboles, espadas y escudos, carros de cojinetes (lo más emocionante), cometas, globos aerostáticos, pelotas de trapo... Jugábamos a piola, al clavo, a las canicas, a la guerra, a la caza, en fin, a tantas cosas... No había tiempo para todo, estábamos tan ocupados fabricando, estableciendo las reglas del juego, buscando compañeros para formar el equipo. Los juegos iban por temporadas, en Semana Santa hacíamos desfiles militares con tambores y marcando el paso, si era invierno hacíamos fuego, si llovía jugábamos al clavo, por San Juan hacíamos "Judas" para quemarlos en la noche. En temporada liguera, jugábamos a las chapas rellenas con cera y con el retrato del futbolista pegado: Ganiza, Gento.
El uso de las manos para fabricar útiles es profundamente humano, el establecimiento de reglas para la convivencia, también. Quien no haya hecho un pacto con el adversario sobre el modo de escoger los jugadores de cada equipo, no sabe lo que es la estrategia.



[1] Fruto del Almez, Celtic Australis, de aproximadamente 1cm de diámetro, de color verde que torna a negro cuando madura, comestible, de sabor dulce y un poco áspero, su hueso (semilla) es utilizado por los niños para disparar con cerbatana o tubos.

Duplicaciones discriminatorias

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