lunes, 29 de diciembre de 2008

La poesía de César Vallejo


Cuando le leo no puedo dejar de acordarme de aquel Góngora andaluz que estudié en mi preuniversitario malagueño ("tascando haga el freno de oro cano del caballo andaluz la ociosa espuma..."). Vallejo, ese mestizo (cholo) peruano, el más grande poeta de América, según algunos, muerto en París en 1938 con apenas 45 años, es un autor original e inclasificable. Tiene, como Góngora, expresiones fantásticas, como "el celo de gallos ajisecos soberbiamente ennavajados" o "cual hieráticos bardos prisioneros, los álamos de sangre se han dormido". Su poesía rezuma amargura, desesperanza, tristeza, muerte y hastío.
Me quedo con este poema, sencillo y genial

BORDAS DE HIELO
VENGO A VERTE pasar todos los días,
vaporcito encantado siempre lejos...
Tus ojos son dos rubios capitanes;
tu labio es un brevísimo pañuelo
rojo que ondea en un adiós de sangre!

Vengo a verte pasar; hasta que un día,
embriagada de tiempo y de crueldad,
vaporcito encantado siempre lejos,
la estrella de la tarde partirá!

Las jarcias; vientos que traicionan; vientos
de mujer que pasó!
Tus fríos capitanes darán orden; y
quien habrá partido seré yo...!


¡Quien pudiera escribir así!

(ver otros poemas de Vallejo aquí)

lunes, 22 de diciembre de 2008

La mujer del presidente


En USA los candidatos a presidente hacen campaña con sus esposas. Algo sorprendente para los países como España, donde apenas conocemos a las "primeras damas", como se les llama ¿Habéis visto alguna vez a la mujer de Rajoy en los mítines? No, verdad. Pero no nos engañemos, bajo el marchamo de lo políticament correcto, las mujeres están de adorno. No hablan, solo aplauden, sonríen y palmean en la espalda a su marido de vez en cuando.

Ahora la familia Bush ha invitado a la familia Obama a la Casa Blanca, para que conozcan el que será su nuevo hogar. Ya me lo imagino: los hombres hablando de política y las mujeres hablando de trapos ¿Oye, tú dónde guardas las tohallas? ¿Y a tí quien te hace los abrigos esos tan monos que llevas?

Si, existe un machismo abrumador todavía.
Nota: en la foto, Laura Bush llamando a Michelle Obama para que venga a ver los armarios.

lunes, 15 de diciembre de 2008

El lenguaje de la seducción


Estoy leyendo estos días el magnífico libro de Alex Grijelmo La Seducción de las Palabras. En realidad, las palabras son mi vocación. Amo las palabras.

Dice Alex que las metáforas, los olores de las palabras y los valores de las letras seducen también en el juego amoroso. Los amantes delicados no se referirán entonces a un verbo como "meter", vulgar donde los haya ya que "meter" trae asociados significados como "meter la pata", "meternos donde no nos llaman", "meternos en camisa de once varas", etc. En "meter" se percibe vigor pero también suciedad. Tampoco es válido "penetrar" porque la penetración implica violencia, sentimos "un frío penetrante", "un dolor penetrante".

El amante certero preguntará entonces, por ejempo: "¿Quieres que entre en tí?". "Meter" implica forzar, "entrar" sugiere pasar (la suavidad de la s). "Me gustaría estar dentro de tí", propondrá el hombre. "Me gustaría que estuvieras dentro de mí", ofrecerá la mujer. Y "dentro" adquiere un valor inmenso en la seducción. "Adentrarse" da idea de suavidad progresiva, de sigilo. Evoca, al mismo tiempo una conexión moral, la entrada espiritual en la otra persona. "Te llevo dentro de mí", en una dimensión de las palabras que seducen.
Todo esto lo supo expresar de modo maravilloso Juan Ramón Jimenez en el siguiente poema:
¡NO ESTÁS en ti, belleza innúmera,
que con tu fin me tientas, infinita,
a un sinfín de deleites!

¡Estás en mí, que te penetro
hasta el fondo, anhelando, cada instante,
traspasar los nadires más ocultos!

¡Estás en mí, que tengo
en mi pecho la aurora
y en mi espalda el poniente
-quemándome, trasparentándome
en una sola llama-: estás en mí, que te entro
en tu cuerpo mi alma
insaciable y eterna!

“Te entro en tu cuerpo mi alma insaciable….” ¿No es maravilloso?

lunes, 8 de diciembre de 2008

¿Es la música clásica cosa de viejos?


Llevo yendo al Palau de la Música de Valencia más de veinte años. Durante todo este tiempo, he observado que la media de edad de los espectadores de los conciertos de abono puede que oscile alrededor de los 60 años (yo contribuyo a esa media). Me atrevería a decir que la mayoría acude a los conciertos como a cualquier evento social. A ver y ser visto. A relacionarse. Aficionados, lo que se dice aficionados a la música clásica, conocedores de la escritura musical y de la historia de la música, conozco a tres: la periodista que escribe la crítica musical para El Pais, Rosa Solá y mis amigos Jose María y, que se lleva las partituras a los conciertos y el abogado del Estado Luis Feced que tiene a lo mejor 20.000 discos en su casa. Había otro, Gonzalo Badenes, pero se murió.

¿Cómo sé yo que la gente no tiene cultura musical? Pues preguntando que les ha parecido el concierto. Las opiniones son de lo más pedestre (muy bonito, ha estado bien, el director dirige muy bien). Cuando hay un bis que no se anuncia, muy poca gente sabe de qué se trata.

¿A que se debe que no haya jóvenes? Primero, al precio, 60 € es una burrada para un chaval. Deberían fomentar la asistencia de la juventud. Luego, a la falta de educación musical en la escuela. Es lamentable. Tanto énfasis en el valenciano y otras chorradas y la gente no sabe lo que es un pentagrama.

Hay conciertos para niños, eso sí, pero eso no basta, hay que enseñarles música. Como hacen con esos chavales de las sociedades musicales valencianas. Desde aquí les animo ¡ánimo chavales, ojalá vuestro ejemplo se generalice!

lunes, 1 de diciembre de 2008

Preferiría no hacerlo



Recientemente he leído el relato Bartleby el escribiente de Herman Melville (sí, el de Moby Dick). Está esplendidamente editado por Nordica Libros. Me gustan los libros pequeños, con letra grande, buen papel e ilustraciones. Como este.

La historia es encantadoramente tierna. Aunque también trágica. Apenas si tiene argumento. Se trata de un escribiente que no quería hacer nada de lo que le mandaba su jefe, un abogado, que no fuera copiar manuscritos. No quería comprobarlos, no quería hacer recados, no quería salir de su rincón. Pero era tan sumiso y se lo decía de forma tan suave: "preferiría no hacerlo", que el jefe le tomó cariño y se resistía a despedirlo. Bartleby no salía nunca de su escritorio. Hasta dormía en él. Solo comía tortas de gengibre. Un ser indefenso, triste, la encarnación de la resistencia pasiva, del nihilismo.

Finalmente, el abogado resolvió la situación por la vía de la huída. Salió corriendo, dejando solo en el Despacho a Bartleby y trasladándose a otro lugar. Pero la sombra de Bartleby, que no se marchaba de su antigua oficina, ya vacía, y dormía en el hueco de la escalera, le persiguió durante largo tiempo. Aquel ser era un hombre desamparado, abandonado, alguien se tenía que hacer cargo de él. Y el abogado había sido su antiguo jefe, y todos le hacían responsable de su abandono.

Por fin Bartleby murió de inanición. En el mundo no hay lugar para los Bartlebys.
La historia no tiene moraleja, o al menos yo no he sabido encontrársela ¿Me la puedes decir tu, paciente y querido lector?

Duplicaciones discriminatorias

  La Constitución venezolana   duplica cientos de términos: “Toda persona detenida tiene derecho a comunicarse de inmediato con sus familiar...