La última noche
La noche anterior, desposeída ya de sus vestidos y joyas, e incluso del pequeño reloj con el que contaba las horas en su estrecho calabozo, se le habían aparecido los fantasmas de todos sus recuerdos. Aparece su esposo. Él menciona que la ama mucho, a pesar de sus infidelidades con aquellos cortesanos. Comprendía que su única obligación había sido ser feliz y, después de todo, ¡no había hecho mal a nadie!
Aparecen sus profesores, que le reprochan que no aprendiera a escribir hasta los diez años. Al final entran sus hermanos, con los cuales jugaba al escondite en Palacios de cien habitaciones. Eran juegos que podían durar todo el día.
La siguiente aparición fue la del joven abogado revolucionario, gritando, en el acto del juicio, que era una amenaza para la paz nacional. Durante esta escena él, en un aparte, le susurra al oído:
- Lo siento madame estamos en medio de un torbellino que nos arrastrará a todos.
Recordaba fue juzgada y condenada por traición.
No era un sueño. A la mañana siguiente iba a ser ejecutada.
Una multitud se congrega en la plaza para presenciar el extraordinario espectáculo. Súbitamente, un rumor:
- ¡Ya vienen los guardias, ya vienen los guardias!
Y, de pronto, detrás de los hombres armados, en un vulgar carro tirado por bueyes, vestida de blanco, pálida, representando mucho más de sus 36 años, apareció ella, con su pelo canoso. Estaba enferma, nadie sabe muy bien de qué.
Al acercarse al patíbulo pisó inadvertidamente el pié del verdugo:
- lo siento señor, no era mi intención –dijo, conservando su compostura ante las fauces de la muerte.
Cuando su cabeza fue izada en una pica, la multitud gritó: ¡Viva la Revolución!