Podemos afirmar que los humanos tenemos el tamaño justo para funcionar como lo hacemos. Con la mitad de nuestro tamaño (en mi caso serían 84 cm .) no podríamos esgrimir una maza para cazar grandes animales (ya que la energía cinética disminuiría entre 16 y 32 veces); no podríamos imprimir el impulso suficiente a las lanzas o flechas; no podríamos cortar o abrir la madera con herramientas primitivas, ni extraer minerales con picos y barrenas (todas estas fueron actividades esenciales en nuestro desarrollo histórico).
Si tuviéramos el tamaño de una hormiga, las cosas serían aún más complicadas. Los animales pequeños viven en un mundo dominado por fuerzas superficiales que a nosotros no nos afectan prácticamente nada. Un hombre del tamaño de una hormiga podría ponerse ropa, pero las fuerzas de adherencia superficial impedirían que se la pudiera quitar. No podría encender fuego, ya que una llama estable tiene que tener varios milímetros de longitud. Podría moldear pan de oro con grosor suficiente como para elaborar un libro adecuado a su tamaño, pero la adherencia superficial le impediría pasar las hojas.
Nuestras habilidades y comportamientos están finamente sintonizados con nuestro tamaño.