Los últimos choques parlamentarios, incluído el abandono ayer del pleno por parte del partido de la oposición, revelan cuán importante consideran los partidos es el control de los jueces. El nombre del juego político que estamos presenciando es: yo te nombro, tú me favoreces. Se trata de designar jueces afines para los máximos órganos jurisdiccionales. ¿Existen, pues, jueces afines y no afines? Pero ¿no habíamos quedado en que los jueces, en un país pretendidamente democrático como el nuestro, eran independientes? ¿Cuántas veces decidirán estos Jueces, cuyos nombramientos están próximos, materias que afecten a los políticos o a sus partidos ? ¿Decidirán de una u otra manera, según los haya nombrado uno u otro partido? Estas cuestiones llenan, o deberían llenar, de perplejidad al hombre de la calle que creía en la independencia judicial: si los partidos discuten tanto sobre quién nombra a los Jueces es que aquí hay gato encerrado.
En el fondo, quizás lo que se discuta es quién manda aquí. Si el partido en el poder no copa todos los nombramientos institucionales, ello podría ser interpretado como un signo de debilidad y no conviene en política emitir señales de esta naturaleza. El que manda ha de mandar, si no se te suben a las barbas. Pero, esta actitud de prevalecer a toda costa, revela, en el fondo, debilidad. Si los partidos estuvieran realmente seguros de su razón, y confiaran en el sistema que dicen defender, tomarían la postura de aquel viejo dicho popular: "acometa quien quiera, que el fuerte espera".