Para un consultor es un problema tanto dedicarle mucha atención a un cliente, como no dedicarle ninguna. Para no errar por el lado del exceso, el consultor debe tener en cuenta algo muy obvio: que el representante del cliente tiene un universo distinto al del consultor, es decir, tiene otras muchas cosas de que ocuparse que lo que preocupa al consultor.
Para el consultor es difícil presionar al cliente para éste que haga lo que le ha dicho. Y el consultor debe procurar que se pongan en práctica sus recomendaciones. Lo contrario sería una mala señal.
Si, para procurar que el cliente ponga en práctica las recomendaciones se pone el énfasis en los peligros que para el cliente supone el no actuar como el consultor recomienda, por ejemplo, perjuicios legales, y se insiste demasiado en ello, el cliente se lleva la impresión de que le estamos amenazando, y eso no le gusta.
En el tema fiscal, como cada vez hay menos inspecciones, la amenaza de "que viene el lobo" es menos creíble.
De manera que el consultor duda entre si abrumar al cliente con sus recomendaciones, para que cumpla con sus consejos, o dejarlo estar para no agobiarle demasiado, ya que el día a día del negocio requiere prestar atención a otros muchos asuntos. La demasiada insistencia se vuelve en contra de uno.
jueves, 7 de abril de 2005
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